Una noche de agosto de 1799 cambió el destino
del mundo: Napoleón Bonaparte, en el interior de la Gran Pirámide
de Giza, se enfrentó a un secreto milenario que alteraría
para siempre su destino...
En el verano de 1798 más de treinta
mil soldados franceses desembarcaron en Egipto al mando del general
Bonaparte. Su misión oficial era la de liberar al país del Nilo
de tres siglos de dominio turco y, de paso, bloquear la navegación
libre de los ingleses con sus colonias orientales. Sin embargo,
el joven Napoleón hizo algo que ningún otro estratega había hecho
jamás: se llevó a más de un centenar de sabios de todas las disciplinas
para que estudiaran, consignaran por escrito y copiaran todo cuanto
pudieran de aquel país maravilloso. Templos, tumbas, momias, túneles,
tesoros fastuosos y pirámides se abrieron a su paso, desvelándoles
un mundo nuevo y milenario a la vez.
Bonaparte llegó en el momento más oportuno. Ciertas
sectas islámicas, así como los responsables de la iglesia copta,
aguardaban a un líder mitad guerrero mitad místico que les devolviera
su pasado esplendor. Sin embargo, el general de los ejércitos invasores
parecía perseguir otro propósito más allá de lo político o lo religioso:
estaba obsesionado con la idea de la inmortalidad y buscaba en Egipto
la fórmula que le garantizase alcanzar la vida eterna.
No sin cierto fundamento, creía que el mismísimo Jesús
de Nazaret había obtenido allá, durante el exilio egipcio que recogen
los evangelios, esa misma fórmula. Gracias a ella, el Nazareno resucitó
a Lázaro y volvió de entre los muertos, siguiendo un ritual que
–según las creencias faraónicas- ya habían empleado con éxito dioses
como Isis y Osiris.
En El secreto egipcio de Napoleón se da cuenta
de una intriga de proporciones colosales. Antiguos cristianos, musulmanes
nómadas, y herederos de los antiguos constructores de pirámides,
se enfrentan por la fórmula de la vida. Por el secreto que hizo
grandes a los faraones y que dio poder al mismísimo Jesús de Nazaret.
¿Qué otra cosa, si no, podría haber buscado realmente Napoleón Bonaparte
durante su año de campaña en Egipto, Siria y Palestina?
La envolvente trama conseguida por Javier Sierra en
las páginas de esta trepidante novela histórica le hará ver un episodio
reciente de la historia contemporánea con ojos diferentes. Nunca
más volverá a ver a Napoleón de la misma forma, y nunca más volverá
a aceptar una versión oficial porque sí...
Aunque en El secreto egipcio de
Napoleón sea difícil discernir entre la verdad histórica y la
prodigiosa imaginación de su autor, conviene aclarar que es rigurosamente
cierto...
...que Napoleón Bonaparte, injustificadamente,
en medio de sus operaciones militares de conquista de Egipto y Palestina,
se dirigió hacia Tierra Santa y llegó a pasar una noche en Nazaret.
Fue, como dice el libro, la del 14 de abril de 1799.
...que Napoleón Bonaparte pasó otra noche,
la del 12 al 13 de agosto de 1799, en el interior de la Gran Pirámide.
Jamás quiso contar a sus hombres por qué salió pálido y asustado
de sus entrañas.
...que, en efecto y tal y como cuenta
este libro, existió un astrólogo llamado Bonaventure Guyon al que
Napoleón consultó frecuentemente durante sus años al frente de la
política francesa y al que muchos conocieron como “el hombre rojo
de las Tullerías”.
...que Jean Baptiste Prosper Jollois
y el barón Edouard Villiers du Terrage (dos de los personajes del
libro) existieron realmente, y formaron parte de la comisión de
sabios que Bonaparte se llevó a Egipto. Además, es rigurosamente
histórico que en agosto de 1799 descubrieron la tumba de Amenhotep
III y que el 6 de septiembre de aquel mismo año abandonaron para
siempre su hallazgo (hoy catalogado como KV 22) y la ciudad de Luxor.
Debían unirse a las tropas francesas en El Cairo para evacuar la
tierra de los faraones.
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