Libro
En Busca de la Edad de Oro

 

   Javier Sierra lleva recorridos más de un millón de kilómetros por África, América y Europa tratando de dar respuesta a algunas paradojas que ha encontrado en diversas civilizaciones y momentos históricos. Su obra En busca de la Edad de Oro (publicada por Grijalbo, Círculo de Lectores y DeBolsillo), recoge al fin algunas de esas incógnitas a las que ni historiadores, ni antropólogos han sido capaces aún de encasillar. Un trabajo fascinante, sembrado tanto de anécdotas como de evidencias, que entusiasmará a toda clase de lectores y les hará “viajar” a los grandes escenarios del misterio de este planeta.
Estas son, a modo de ejemplo, siete de las grandes incógnitas que Sierra aborda “in situ” con un estilo fresco y dinámico, siempre asesorado de cerca por las principales autoridades mundiales en cada uno de los enigmas que plantea:

   1. Las pirámides son estrellas
   Recientes investigaciones arqueoastronómicas –que relacionan monumentos antiguos con su orientación a determinadas estrellas- han demostrado que las célebres pirámides de Giza, en El Cairo, imitan la disposición de las tres estrellas del llamado “cinturón” de Orión, y que la Esfinge marca los amaneceres del equinoccio de primavera desde la noche de los tiempos.

   2. Las catedrales, templos de Osiris.
   En las primeras catedrales góticas –desde Chartres hasta León- se grabaron escenas piadosas, como la del Juicio Final, en las que se ve a un ángel pesar el alma de los difuntos antes de decidir si mandarlos al cielo o al infierno. Pues bien, esos relieves son virtualmente idénticos a escenas del célebre Libro de los Muertos egipcio, compuesto más de veinticinco siglos antes en tierras del Nilo. ¿Cómo se transmitió un saber relacionado con el “paso al más allá” desde el antiguo Egipto a la Edad Media europea?

   3. Las líneas de Nazca, hechas para hombres voladores.
   En la Pampa Colorada al sur del Perú, se extiende el mayor enigma arqueológico de Sudamérica: las pistas de Nazca, un conjunto de líneas rectas y figuras –algunas de más de 20 kms. de extensión- que atraviesan el desierto más seco del planeta, y que sólo son visibles desde el aire. ¿Se voló en América mucho antes de la llegada de los españoles? Sierra reinvestigó este misterio, sobrevoló con detalle la región y descubrió que Nazca es sólo la punta de un enorme iceberg arqueológico. En otras regiones cercanas, como Palpa, las líneas se multiplican exponencialmente, como también las figuras extrañas de seres gigantes de cabezas cuadradas, con antenas, o animales exóticos nunca antes catalogados por nadie.

   4. Un “Sputnik” en un cuadro de 1600.
   En 1600 el pintor sienés Ventura Salimbeni, uno de los decoradores de la Biblioteca Vaticana de Roma, pintó un fresco en un pueblecito de la Toscana en el que aún puede admirarse una esfera con antenas que se asemeja en todo a los primeros “Sputniks” rusos. ¿Se adelantó Salimbeni al tiempo, como hiciera Julio Verne en sus célebres novelas? ¿Cómo se explica que un hombre de inicios del siglo XVII pudiese imaginar siquiera el aspecto de un moderno satélite geoestacionario?

   5. Un mapa de 1513 “descubre” la Antártida
   La Antártida fue descubierta oficialmente en 1818, sin embargo un mapa turco de 1513 –el primero que reprodujo el perfil atlántico de América casi por completo- incluye el contorno norte del continente helado... aunque extrañamente desprovisto de hielos. Quienquiera que obtuviese esa información geográfica debió hacerlo antes de la última glaciación, antes de que los hielos sepultaran esa remota latitud, y lo hizo ¡hace 8.000 años! La pregunta es ¿quién?

   6. Los túneles de los dioses.
   Cuando Pizarro llegó a Cuzco con la intención de arrebatárselo a Atahualpa, buena parte del oro del Templo del Sol desapareció sin dejar rastro. Jamás fue encontrado y los españoles se temieron lo peor: los sacerdotes fieles al soberano Inca debieron haberlo escondido en una intrincada red de pasillos subterráneos a los que llamaron chinkanas. Javier Sierra investigó de primera mano aquel asunto y descubrió que bajo ese templo –hoy Convento de Santo Domingo- se extiende una red de túneles arquitectónicamente prodigiosos. Es improbable que los incas los construyeran, pero no que los heredaran de un pueblo anterior. ¿De qué pueblo? Y aún más: ¿Sigue ahí abajo el oro sagrado de Atahualpa?

   7. Pirámides en canarias.
   En Güímar (Tenerife), se levantan todavía un conjunto de pirámides que desde 1990 son objeto de una agria polémica. El explorador noruego Thor Heyerdahl cree que son antiguas, quizás guanches, y demuestran que los primitivos pobladores de las islas, como los egipcios o mayas con anterioridad, bebieron de una cultura madre común hoy perdida o estuvieron en contacto a través del mar. Otros expertos, sin embargo, creen que son más recientes y sin implicaciones históricas de consideración. Javier Sierra, junto a expertos como Graham Hancock o Robert Bauval, repasa la prueba más sólida de su antigüedad: su precisa orientación astronómica.

   Y además, En busca de la Edad de Oro incluye las investigaciones de Javier Sierra entre los dogones de Mali; tras las huellas de Julio Verne; en Guinea Conakry tras ciertas “piedras azules” caídas del cielo; en Luxor, Alejandría, Venecia, La Paz o Jerusalén. Pero, como dice su autor, este libro es sólo el principio de su carrera tras los grandes misterios del planeta...

 

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